¿Occidente? No quiero oír hablar más de ti. Esta parte del mundo se ha sentado en la butaca a comer palomitas. En el cine, que es la caverna de Platón «made in Hollywood», proyectan una película: «El derecho de Israel a defenderse».

Hollywood ha evolucionado poco. De pequeño, hace muchos otoños de esto, los indios de Hollywood («pieles rojas») caían como moscas cuando asaltaban trenes de vapor o caravanas de «rostros pálidos». Ahora, los palestinos, libaneses o cualesquiera que se pongan por delante de la entidad sionista, también caen como moscas. No pasa nada. Son los indios de esta película. Mueren y mueren, y nosotros pagamos la entrada para verlo, impasibles. Es una película que ya habíamos visto. En Corea, en Vietnam, en Hispanoamérica. Hollywood se vuelve real y denso en las cavernas mentales de Borrell: vivimos en un jardín, e Israel debe ser su avanzadilla, un jardín que invade la selva. Los salvajes, nos dicen, amenazan a la civilización occidental.

Pero yo no quiero oír hablar de esa «civilización». La entidad sionista lee cada pequeño artículo que se escriba, supuestamente, contra ella. Y toma nota: pretende ese pueblo superior, tan querido por Dios, seguir con su amenaza y su industria. Todos llegaremos a ser «antisemitas», todos menos ellos, los mayores carniceros de semitas que en el mundo ha habido.

Occidente, el jardín, también tiene su selva: se llama Pax Americana, y ella incluye ese desgraciado entramado de «organismos internacionales» que, una de dos, o no sirven de nada, o sirven para acabar con las civilizaciones: Naciones Unidas, UNESCO, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Foro de Davos… Todo el entramado que se ha ido formando después de que el estado sionista de los Estados Unidos de América, desembarcara en Europa, es fruto de una victoria militar. Ganaron medio mundo al modo en que se vence «de carambola». Fue Rusia la que derrotó a Hitler. Fue la bomba atómica la que puso de rodillas al Imperio del Japón. Pero ellos, los yanqui-sionistas, obtuvieron la supremacía.

El gendarme sionista del mundo ganó el puesto de único hegemón con la caída del régimen soviético, entre 1989 y 1991. Se conformó un jardín de muy malas hierbas, las hierbas de un sistema global terrorista que hace estallar bombas, depone líderes populares, provoca golpes de Estado y Revoluciones de Color. Y lo llaman «democracia liberal». Ese mismo jardín es también sala de cine, con palomitas y guionistas de Disney. Las brujas son «yihadistas» como antes eran comunistas.

Pero individuos como Netanyahu o Zelensky no pueden seguir jugando el papel de príncipes azules. Sus credenciales de demócratas a carta cabal están caducadas. Alguien se va levantando de la sala de proyección: arroja el cartucho de palomitas a la pantalla y grita: “¡No lo soporto!».

1Nos han llenado este jardín de Borrell con serpientes y arañas venenosas. Pronto no habrá quien viva en él. Muchos nos hemos levantado. Todo huele mal y hay que salir de aquí. En España, la reina compra modelitos marroquís lo mismo que su Suegro Emérito, Borbón había de ser, vendió el Sahara y España entera al «socio y amigo». La CIA con chapela vasca y pasamontañas mata a Carrero y «pilota» nuestra transición, todo con la tecnología anglosionista espiando cada verruga de nuestros cuerpos y mentes. Y así seguimos, desde 1973: cayendo en picado al nuevo Tercer Mundo que dicen llamar «jardín». Las palomitas que nos sirven ya poseen un cierto sabor a rancio.

Carlos X. Blanco
Doctor y profesor de filosofía